CALVUCURA Y EL CURA


- ¡Está loco, Padre! - le gritó el sacristán en medio de la disparada - ¡Calvucurá lo degüella en cuanto lo vea!
- ¡Vamos, Padre!  ¡Abandone la iglesia y lárguese con nosotros! - le gritó otro vecino.
- ¡Padre, le cuesta la cabeza…!
- Mirá, hijo - le contestó por fin Bibolini, terminando el nudo del pegual y estirando después el sobrepuesto con sus manos gringas -, A la vida nadie la tiene comprada.  Pertenece a Dios y él dispone…  Ahora voy a parar la indiada.

Después, sin mirar a nadie, se arremangó la sotana, voleó la pierna con aspaviento y tratando inútilmente de arreglar el trote de su famoso tordillo, enfiló hacia la polvareda que indicaba la cabeza del malón.

Esto ocurrió el 29 de octubre de 1859.  Ocurrió frente a la iglesia del pueblo de 25 de Mayo y ante una de las  peores invasiones que efectuaron los indios.  Calvucurá con 2.000 lanzas había asolado toda la zona del oeste y finalmente, no se sabe por qué, quedó parado frente al incipiente poblado.  Quedó a la expectativa.  Tal vez como si calculara anticipadamente el botín del saqueo y la borrachera del festejo allá en los toldos o como su meditara las razones bárbaras de su presencia.

La población, espantada.  Como un tropel se arremolinaba en los callejones y corría en todas direcciones.  Unos hacia el fortín, otros al campo abierto y los menos, los que resultaron mas lerdos, como peludos buscaban madriguera dentro del caserío.

Bastaba una señal del cacique para que la indiada se largara a la carrera, en medio de alaridos espantosos y el cimbrar de sus largas lanzas y sin embargo…  Calvucurá miraba.


Angel DELLA VALLE, La vuelta del malón, 1892 
En esa inmensidad verde que llamaban desierto, Calvucurá entonces era imbatible.  El lo conocía, lo dominaba y lo aprovechaba hasta en sus últimos recursos como para hacer de su horizonte la aureola de su mito.  Era el mejor orador de su espacio bárbaro y en los famosos parlamentos del desierto su voz era incansable, sutil, efectista y dominadora hasta imponer sus ideas.  Era un zorro con escamas de yarará, con uñas de puma, dientes de cimarrón e instinto de chajá.  Y sin embargo… Calvucurá miraba.

¿Por qué estaba frente a 25 de Mayo?  La historia no lo aclara y al respecto hay varias versiones. 

Antonio González Rodríguez sostiene que la presencia de Calvcurá era en razón de cumplir una venganza.  En la pulpería de Antonio Islas, Pedro Besabé, después de discutir y tomar en abundancia, mató a Juan de Dios Veloz, muy amigo del Cacique.  Esa fue la oportunidad, según dicho autor, en que Calvucurá vino a ajustar cuentas.

Otra versión que parece más acertada y de argumentación más simple, es la que sostiene que el pago de 25 de Mayo, gracias a la labor del coronel Machado y el mayor Baldebenítez, estuvo alejado del malón durante mucho tiempo y por ello sus campos estaban repletos de hacienda.

Podrían ser muchas las razones, pero lo cierto es que el malón estaba en las puertas del pago y sin embargo… Calvucurá miraba.

Pero algo se movía en su dirección.  Debió aguzar la mirada y con sorpresa advertir que venía al trote un tordillo medio mancarrón, montado por un personaje estrafalario.  Fue la mañana del 29 de octubre de 1859 y quien se acercaba era el padre Francisco Bibolini que, montado en su tordillo bichoco, sin apuro y sin miedo, llegó frente a Calvucurá.

Dicen algunos que cuando estuvo cerca, la indiada se le puso encima y el pobre tordillo, espantado, lo tiró.  Que fue al borde de la laguna que se llamaba del “Médano Partido” y que desde entonces se la llamó de “El Cura”.  Que lo salvó el mismo Calvucurá, que hizo apartar a todos y ahí mismo, de a pie, se realizó el famoso parlamento.

¿Cómo fue lo discurseado?  Lamentablemente eso es lo que se ignora. Al respecto la nebulosa histórica es incompleta y sólo quedaron algunos fragmentos y síntesis sospechosas, atribuidos al propio Bibolini, lo que justamente por ello los inhabilita para ser tenidos en cuenta.

Sólo con imaginación se podría suplir el contenido del parlamento realizado por personajes tan dispares y estrafalarios.  Es de suponer que ambos parlanchines ilustres habrán mezclado sin recato y hasta con crueldad al araucano con el español acocolichado y a Dios, con las vacas, la pampa, el infierno y la ginebra.

¿Qué salió de todo ello?  El hecho cierto es que el cura convenció al cacique.  ¿Sobre qué bases?  Nada menos que sobre las siguientes: Si no se arrasaba el pueblo, se les daría dinero, aguardiente, víveres, ropas y vicios. O sea, si se evitaba el malón al poblado, que para los cristianos significaba evitar degüellos e incendios, los indios, pacíficamente, se llevarían lo que les hiciera falta, a excepción de cautivas.

Este resultado parece increíble, sobre todo si se advierte que Calvucurá tenía todo a su disposición y que podía tomarlo sin condición ni medida alguna.

¿Por qué lo aceptó?  Sólo la labia milagrera del cura Bibolini y algún oscuro misterio del desierto podrán explicarlo.  Y a más, ¿por qué lo cumplió?  Esto sólo puede tener por explicación que en aquella época, cuando empeñaban la palabra dos hombres que no se tenían miedo como el cura y el cacique, se había resuelto algo imposible de desligar.

Y luego, escoltados por la indiada, ambos marcharon hacia el pueblo y lo recorrieron en todas direcciones.  Después el Cacique pernoctó en la casa del Cura, donde cuenta la tradición que se produjo el reclamo de la vida de Pedro Besabé y que Bibolini la negó alegando que en la oportunidad los contrincantes estaban borrachos y que el duelo y la muerte de Veloz fue en buena ley.

Más tarde se hizo entrega de todo lo convenido y al final, sin que se comprobara ningún exceso, la indiada, bien cargada, salió al galope festejando con sus terribles alaridos el botín tan raramente conseguido.

Así vivió 25 de Mayo, el único malón pacífico que conoce la historia bonaerense.

Así pasó, como algo insólito e increíble, el famoso malón del año 59, del que harían historia los hombres serios y tradición de los feligreses de la parroquia.

Y así pasó, al monolito recordatorio al lado de la laguna de El Cura, la contradictoria y riquísima personalidad del padre Francisco Bibolini, que agauchado y con distancias pero con igual fe y valentía, frenó al gran Cavulcurá.

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